Veía como Raphael terminaba la quinta oración de rastreo y defensa que básicamente consistía en buscar los demonios que estuviesen cerca de nuestra posición o de la de Lucien y eliminarlos por medio de un ataque a larga distancia.
Tras pronunciar tantas veces la misma oración y tras utilizar la misma cantidad de energía durante tanto tiempo, podía sentir el agotamiento de Raphael. Sus ojos arrastraban ojeras enormes y grisáceas, las arrugas que antes parecían bien disimuladas sobre su lisa piel blanca ahora bordeaban sus ojos y su boca, como fieles pirañas que no soltarían su presa. Entonces me di cuenta que no había descansado desde que se había dispuesto a llevar a cabo la defensa, más que agotado debería de estar echado en una cama sin poder mover uno solo de sus músculos.
Al parecer era irrelevante si él era un arcángel, de igual forma la perdida de energía lo estaba debilitando… y muy rápido. Tenía miedo de que en cualquier momento sucumbiera y entonces seriamos un equipo realmente inútil para defender a Lucien contra los pajes del infierno.
Muchas veces me había acercado a él con la esperanza de que aceptara mi ayuda, aunque ya sabía que él no era ese tipo de personas que aceptaban caridad por parte de la gente, pero igual lo intentaba, hasta que en esta ocasión, cansado de todo el embrollo que se había formado le toque el hombro y bruscamente lo jale para atraerlo. El en respuesta solo se soltó antes de que pudiera mirarlo a los ojos.
-atrás…- dijo entre jadeos.
-Raphael, esto es ridículo, a este paso el mundo se quedara con un arcángel menos.-
-niño, no seas ingenuo, yo nunca moriré- dijo poderosamente mientras sus fuerzas se recuperaban y volvía a juntar sus manos para formular desde un principio esa repetida plegaria.
Miré al cielo, perdiéndome en las pocas nubes que intentaban tapar el sol para el Brasil que literalmente se cocinaba bajo su calor.
Inútil… era la palabra que rebotaba en mi cabeza mientras caminaba para aproximarme a la pequeña estantería donde Raphael había guardado cuidadosamente todas mis pertenencias: mi daga de plata, la espada sagrada que nunca había tenido oportunidad de utilizar, la holgada camisa blanca que Raphael me había regalado y una chaqueta de cuero negro que al igual que la prenda anterior, también había llegado a mis manos como un presente de mi terco amigo.
Me puse la camisa, luego la chaqueta de cuero y me sujete la daga y la espada en el cinturón de mi pantalón.
-no pasemos por esto otra vez- logro articular Raphael desde el lugar que ocupaba dentro del círculo que hace poco yo mismo había formado. Comprendí que me estába observando.
-sabes bien que no puedes seguir con esto, ahora me toca a mí- le dije mientras me volteaba para mirar a la ventana donde anteriormente había observado las nubes del cielo brasileño.
Los quejosos gruñidos de Raphael al incorporarse me distrajeron de mi plan inicial.
-si te vas, solo hará falta alcanzar las próximas setenta y dos horas para que tus alas desaparezcan y con ellas tu esencia angelical, será suficiente para que Sophie se quede sin su guardián- me dijo fríamente mientras, sin salir del circulo, me miraba confiando en que sus palabras me causarían alguna especie de remordimiento. Lamentablemente pude darme cuenta en ese instante que Rapahel aun después de conocerme durante tanto tiempo no sabía cuan impredecible podía llegar a ser.
-nos vemos- le di la espalda, mirando a la ventana mientras levantaba una mano en señal de despedida. Dos pasos me dieron tiempo suficiente para liberar mis alas. Estas no eran las blancas y resplandeciente que un ángel completo poseía, pero aun así, eran muy buenas dándome energía cuando más lo necesitaba y llevándome a las diferentes capas del cielo que el planeta poseía.
Extendí las alas a ambos lados de mi cuerpo mientras me sorprendía del alivio que sentía al hacer esta simple acción.
Por ética, los ángeles teníamos que mantener nuestras alas escondidas, no solo por aquellas personas que lograban captar con mayor precisión los objetivos sobrenaturales sino porque también -y esta razón la escojo como exclusiva escusa para mi especie- me resulta difícil caminar con ellas.
Raphael me conto una vez que sentía esa molesta sensación con mis alas porque la carga de humanismo que poseía mi cuerpo obligaba a mis miembros angelicales a ser impuros.
Escuché unos cuantos gruñidos y quejidos por parte de Raphael pero no me importo ya que para ese momento me encontraba impulsándome fuera de la habitación a través de la ventana.
Di una vuelta en el aire como si de un aeroplano se tratara. Recordé la última vez que me había encontrado volando, era apenas el principio de una aventura. Sophie, en mis brazos, gemía intranquila mientras observaba el cielo transformarse en pequeños jirones de nubes blancas a su alrededor. No había permitido que ella mirara mis alas, no quería que presenciara eso aun, pero me prometí a mi mismo que la próxima vez que la viera, la volvería a sostener en mis brazos como lo hice cinco días atrás y esta vez le confesaría lo que siento por ella… “espero durar lo suficiente para alcanzar ese día…” pensé mientras me deslizaba en el aire a la velocidad que mis fuerzas me permitían.
Para encontrar la entrada al cielo debía concentrarme mucho, en especial cuando mis fuerzas comenzaban a fallar.
Volé aun más alto hasta perder de vista los pequeños pueblos coloridos brasileros que se extendían por debajo de mí, luego cerré los ojos y concentre mis pocas energías en buscar la esencia del portal.
Imagine el cielo que se extendía detrás de mis parpados cerrados, imagine las nubes y donde se encontraba el sol. Entonces una franja violeta, brillante y delgada surgió de la nada y comenzó a guiarme. La seguí por unos minutos hasta que se detuvo al atravesar una gran nube de color naranja por el reflejo del sol.
Mientras atravesaba el cielo en una postura vertical, fui capaz de abrir los ojos y darme cuenta que a mis costados unas hermosas aves blancas con colas largas y coloridas me miraban con una sonrisa disimulada en el pico.
No eran aves terrenales sino aves del cielo las que tenía en frente. Se les aparecían a los visitantes para darles la bienvenida y ofrecerles la primera sonrisa que verían.
Pero a veces cuando esos visitantes tenían malas intenciones las aves del cielo lo detectaban y en ese mismo segundo se transformaban en una bestia alada vestida de fuego, letal en todos los sentidos, dispuestas a atrapar y matar al intruso.
Les sonreí mientras dejaba que me llevaran al pueblo del quinto cielo, donde se supone que se encuentra la mansión de los padres de Sophie.
Transcurrido un segundo de silencio delante de mí, se dejo mostrar el pueblo del quinto cielo. Un lugar al que nunca había llegado pero que me hechizo con su belleza en el momento que mis ojos se posaron sobre sus calles pálidas, sus casas unicolores y esos amigables ángeles con sonrisas blancas adosadas a sus rostros.
No había tensiones ni peleas, solo amor y abrazos. Esto era el propio concepto del cielo.
Sonriendo me dirigí a la primera hilera de casas que encontré. Me habían dicho hace mucho tiempo que estaba prohibido volar en los pueblos del cielo a menos de que fuese una urgencia y eso era algo realmente raro. Así que apenas mis pies tocaron el suelo mis alas se escondieron debajo de mi piel.
Los ángeles que estaban más cerca de mí, se amontonaron para recibirme y darme una cálida bienvenida. Muchos me estrecharon la mano y otros se quedaron apartados mientras sonreían y veían una acción que seguro había ocurrido innumerables veces en el pasado.
Una niña pequeña se me acercó por la espalda y jalo de mi chaqueta negra con una fuerza digna de su estatura. Me di la vuelta para encontrarme con su inocente y joven mirada.
-¿necesitas un guía?- me pregunto sonriendo. Por ilógico que pareciera prefería que esa pequeña con sonrisa angelical, de cabellos blancos y vestido plateado fuera la que me llevara hasta Sophie y no todos los demás extraños que se encontraban a mi alrededor. Ella me daba confianza.
-Sí, gracias- a penas dije esto, los ángeles que me rodeaban fueron volviendo a lo suyo uno a uno.
-¿A dónde quieres ir?- me pregunto la niña con una hermosa mirada.
-¿conoces la mansión de los Dahl?- sabia que la respuesta seria afirmativa, todos los habitantes debían conocer esa gran casona.
En cuanto se dio la oportunidad de asentir, sus pequeños pies se encaminaron calle arriba.
La seguí desde una distancia prudente por unos treinta minutos hasta que un suspiro profundo me hizo parar.
La niña delante de mí también se había detenido, es más, de ella había salido ese suspiro que hace unos segundos había oído.
-¿Qué sucede?- le pregunte algo preocupado mientras me adelantaba unos pasos y extendía una mano hacia ella.
-llegamos- dijo en respuesta con otro suspiro intercalado en sus palabras.
Mire más allá de sus blancos cabellos hasta encontrarme con una enorme muralla de paredes resplandecientes.
Detrás de esa muralla se encontraba Sophie. Pero el único modo visible de entrar, era esa gran puerta que estaba siendo vigilada por unos ángeles armados y enormes.
-supongo que no eres uno de esos que vienen a pedirles propuestas a los Dahl, ¿no es así?- dijo la niña mientras me miraba con ojos intrigantes.
-me descubriste- le dedique una amable sonrisa.
-entonces permíteme ayudarte a encontrar el otro modo de entrar- me tomó por sorpresa su propuesta pero definitivamente era algo que no podía rechazar.
-está bien, pero si vas a ayudarme tengo que saber tu nombre- ella me devolvió una sonrisa antes de responder.
-soy Crysal-
-muy adecuado- dije sintiéndome pequeño con mi tonto nombre humano.
-sí, lo es, todos los ángeles por aquí tienen ese tipo de nombres- ella volvió a sonreír y luego se dedico en buscar algo en los bolsillos de su vestido.
De ellos saco una especie de bolsita marrón y desgastada que parecía llevar algo pesado en su interior.
-mi tía confecciona piedras secretas, ella no es muy buena pero siempre hace lo que puede. Hace unos días me entrego esta…- comenzó a destapar el bulto marrón que tenía en la mano, lo primero de lo que me di cuenta es que dicha piedra irradiaba cierta luz rosada, mágica por donde quiera que se vea. –Según ella, es una piedra especial de transportación- continuó Crysal apretando la piedra de brillo rosa contra su pecho.
-¿y crees que funcione?- tuve que preguntar, solo para estar seguro.
-nunca la he utilizado, pero mi tía piensa que con ella, el usuario puede llegar al destino que desee, no importa si se trata del planeta Marte o del mismísimo infierno, basta con sostener la piedra y desear a donde se quiere llegar-
-entiendo- le respondí mientras volvía a mirar la muralla blanca que se extendía ante nosotros.
-entonces, ¿quieres intentarlo?- Crysal parecía estar consciente de que una vez que la piedra estuviese en mis manos ella no podría volverla a ver en un tiempo. Yo desaparecía con la piedra y quien sabe cuando se la pudiese devolver. –Está bien, mi tía tiene muchas más y además tu en verdad la necesitas- una sonrisa se me extendió por el rostro al oír aquellas palabras.
-gracias Crysal- ella sonrió y me entrego la piedra. Esta se deslizo en mis dedos y llego hasta mi palma como una pluma que toca el agua.
Le lance una última mirada y luego hice lo que ella me indicó. Apreté la piedra contra mi corazón y suavemente serré los ojos.
La imagen de Sophie me vino a la mente.
Una Sophie sonriente.
Una Sophie molesta.
Una Sophie hermosa.
Mi Sophie estaba en algún lugar de esa muralla y era hora de que su guardián la rescatara.
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